Lucha y Marginalidad
La Masacre de Avellaneda, al igual que la rebelión del
19 y 20 de diciembre de 2001, provocó una marcada indignación en casi todo el
país y marcó a fuego a una nueva generación militante, para quienes los
ejemplos de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán proyectaron un compromiso de
lucha e intransigencia contra las injusticias que nos advierte sobre los
peligros que entraña la resignación.
Luego de la masacre de Avellaneda, los gobiernos
kirchneristas adoptaron algunas medidas efectivamente progresivas, en muchos
casos inspiradas en históricas reivindicaciones populares, sustento a marchas y
demás muestras de apoyo. Pero estas medidas, de acuerdo a los reclamos de los
trabajadores que reivindican la lucha de Kosteki y Santillán, no configuraron
un programa integral capaz de superar la precarización del trabajo, el salario
y la vida.
Maristella Svampa y Claudio Pandolfi, en el texto “Las vías de la criminalización de la protesta en Argentina”, expresan cómo la impunidad de los gobiernos argentinos ha hecho mella en las luchas que vienen librando los trabajadores en contra de la injusticia social.
Durante años, y sobre todo en las últimas décadas, la
sociología en Argentina ha hecho un relato de los procesos de descomposición
social, poniendo escasa atención en los procesos de “recomposición social”.
Así, las tesis de la “masa marginal” o “polo marginal”
sostenían que, en nuestras sociedades periféricas, tradicionalmente los
individuos han dependido menos de los mecanismos de integración sistémica
(proporcionados por el Estado o por un mercado suficientemente expandido), y
más, mucho más, de las redes de sobrevivencia que la sociedad ha ido generando
desde sus propios contextos de pobreza. Así, la existencia de formas de
integración y de exclusión diferenciadas, marcaron desde el origen los procesos
de urbanización en las sociedades sudamericanas.
Svampa Afirma que la situación de impunidad se refleja
en el estado que llevaba la causa en
relación a la
masacre del Avellaneda, a mediados de 2005; en lo que respecta al daño que dejo el 26 de
junio de 2002, cuando las fuerzas represivas protagonizaron los graves hechos
de represión en el Puente Pueyrredón, que une la provincia con la ciudad de
Buenos Aires, que culminaron con el asesinato de los dos reconocidos militantes
piqueteros, más de setenta heridos con munición de plomo, y casi ciento setenta
detenidos, los cuales en su mayoría denunciaron haber sufrido diversas formas de apremios ilegales en las horas de detención (incluidos
simulacros de fusilamiento).
Los agentes implicados en los asesinatos han sido
apresados en el año 2005. Sin embargo, Pandolfi muestra indignación porque los
políticos implicados en dicha represión
continúan, algunos ejerciendo cargos legislativos, judiciales y
ejecutivos, otros fuera de la Política, pero en libertad.
Asimismo,
recordemos la respuesta del Estado frente a una de las mayores
crisis registradas en la historia del
país, en diciembre de 2001. La represión desplegada por el Estado, que incluyó
la declaración del Estado de sitio, durante las jornadas del 19 y 20 de diciembre
de 2001, dejaron un saldo trágico de 33
muertos en todo el país (cifra que se eleva a 37 al día de la fecha, ya que algunas personas que
habían quedado gravemente heridas por impactos de plomo, han fallecido en los
últimos dos años), y centenares de detenidos. En este sentido, los contrastes
son claros: mientras que, en la actualidad, se viene avanzando en los juicios a
los detenidos en aquellas jornadas, no
sucede lo mismo en relación, con, los responsables políticos, causantes de la
mayor represión llevada a cabo en los últimos 20 años de régimen democrático en
Argentina.
Juan J. Rousseau, a partir de su observación de la
sociedad y del estudio de textos contemporáneos
de su época (Hobbes), pero más antiguos también (Platón), va a proponer una
nueva teoría política en la cual va a pensar el rol del Estado como garante de
ciertos derechos esenciales para la organización de las sociedades modernas, en
las cuales los individuos ceden la libertad que poseen en su “estado de
naturaleza” (sin un marco judicial y legislativo que regule su proceder, o en
palabras del autor “individuos que velan por su propia conservación,
convirtiéndose por consecuencia en dueños de sí mismos”).
El “contrato social” para este pensador, no es como
plantea Hobbes un contrato entre individuos, ni, como propone Locke, de los
individuos con un gobernante; se trata de un pacto de la comunidad con el
individuo y del individuo con la comunidad. Cada uno de los asociados se une a
todos y a la vez a ninguno en particular. De esta forma todos los ciudadanos
viven bajo las mismas condiciones de gobierno y gozan de los mismos derechos,
siempre favoreciendo a la “voluntad general”, para que los actos individuales
no los perjudiquen.
Sobre Rousseau podemos destacar principalmente, cómo
plantea la imposibilidad de lograr formar una democracia perfecta, pero para
lograr una democracia real es necesario
que el que hace las leyes no sea el mismo que las ejecute, ni que el
cuerpo del pueblo se olvide de los intereses generales y se dedique a los
particulares, como así también es necesario un pueblo que obligue a los
gobernantes a cumplir sus funciones y a trabajar para el bien común. Por ello existe
el pueblo, y el poder político se encuentra dividido en tres (Ejecutivo,
Legislativo y Judicial).
El tratado que Rousseau propone, desde mi punto de
vista, es importante para analizar el valor que puede tener una democracia
pensada desde y para la gente, teniendo en cuenta el deterioro que han sufrido
éstas en Latinoamérica a partir de las
sucesivas dictaduras y los abusos que los políticos hacen de la
representatividad otorgada por la sociedad a través de las elecciones.
Los movimientos sociales se presentan como armas
fundamentales que presenta una sociedad para poder resistir la opresión y pedir
por el cumplimiento de sus derechos. Éstos se encargan de establecer la resistencia
contra el abuso que en ocasiones ejercen las autoridades públicas, ya sea
ignorando las necesidades de sus pueblos, o directamente reprimiéndolos violentamente,
como sucedió en el caso de la masacre de Avellaneda o en la crisis de 2001.
Pierre Rosamballon:
Hablar de lo político y no de la política,
según refiere, es hablar del poder y de la ley, del Estado y de la nación, de
la igualdad y de la justicia, de la identidad y de la diferencia, de la
ciudadanía y la civilidad, en suma de todo aquello que constituye a la polis
más allá del campo inmediato de la competencia partidaria por el ejercicio del
poder, de la acción gubernamental del día a día y de la vida ordinaria de las
instituciones, enmarcadas dentro de los partidos políticos.
La protesta y la movilización social se enmarcan
dentro del plano de “lo político”, que tiene como motivación defender los
intereses del pueblo por fuera de las fuerzas partidarias, exigiendo a “la política”
respuestas que satisfagan a las necesidades básicas de los trabajadores.
Por otra parte, Castoriadis plantea cómo el hecho de
participar políticamente implica responsabilidad. No se trata solamente de
estar informado, sino de poder decidir, participar en forma activa de la
política. Luego establece una crítica en contra del liberalísmo económico.
En
textos de Macperson vimos como un sujeto político se muestra de forma diferente
dependiendo los momentos históricos en los que se encuentre. Castoriadis habla
de un imaginario social dominante, que toma la idea del individuo en este
contexto.
Las organizaciones serán las que tomaran partido
dentro de ese imaginario social planteando cuál es la realidad en la que uno se
encuentra viviendo.
En conclusión, la criminalización de las organizaciones
protestantes es muy común y deberíamos aprender a apoyarlas de forma organizada
y categórica, para que quienes han tomado como referentes a personalidades como
Kosteki y Santillán no pasen jamás por las atrocidades que sufrieron ellos, y
el Estado no cometa este tipo de atropellos nunca más.
FAURE SUIRESZCZ, ALAN – 17552/1
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